lunes, 23 de agosto de 2010

Compatibilidad de caracteres

Definitivamente somos compatibles, no sólo en la cama -eso es evidente y genial-, sino también en el resto de aspectos como pareja. Pero no lo somos al cien por cien, sino más bien a noventa y cinco, o a un noventa, lo cual nos da el punto justo para no chocar, para estar generalmente de acuerdo en casi todo. Me toleras las pequeñeces, y te consiento en las tuyas.

Sabes que, por suerte o por desgracia, para mi y para los que me rodean, soy analista con todo en exceso, aunque luego actúe en muchas cosas por impulso, por no decir por instinto. Eso lo hago también con nosotros, y lo sabes, lo cual ha hecho que piense que debe de haber cosas en mi que no te gustan. A mi me pasa igual. Sin embargo, he descubierto que por cada cosa de ti que no me gusta, hay cien que sí, y en el peor de los casos, una sola de esas cosas que me gustan de ti, compensa a cien de las que no. Ya lo sé, parezco Bilblo soltando el discurso en la fiesta de su ciento once cumpleaños.

Volvamos un poco atrás en el texto, a ese cinco o diez por cien que nos diferencia. Es precisamente esa cifra, por ejemplo en la cama, la que nos deja nuestro pequeño apartado a la imaginación. Esa pequeña porción de cosas que a ti te gustaría hacer y a mi no, y al revés. Eso no quiere decir que las imagine contigo. En la actualidad eres la única persona con quien las imagino, a sabiendas de que las voy a realizar. Pero ni me importa ni me preocupa, por lo que he dicho antes, porque todas las demás lo compensan de sobra.


sábado, 21 de agosto de 2010

Me pone ponerte


Hoy no te he dicho todavía que te quiero. Ni te he dicho todavía que me gustas, ni tampoco que te deseo. Y esas tres cosas son absolutamente ciertas.
Tan absolutamente que a veces duele el deseo, quererte y no tenerte, pensar en ti y que no estés. Y duele mucho más después de noches y momentos tan maravillosos como los que compartimos. Tan maravillosos que el recuerdo duele también, porque ya no es.
La otra noche, hurgando en ese dolor como en una herida enconada, me imaginé que te tenía al lado en la cama. Al principio sólo estabas ahí, hablaba contigo en mi pensamiento, como si de verdad estuvieras, y tú me respondías.
Fue una conversación muy interesante.
Pero después no nos conformamos con hablar, como no nos conformamos con hablar cuando estamos juntos. Empezamos con besos, de ésos que nos gustan, suaves y tiernos, un roce de los labios, apenas un toque de lengua, algún pellizco insignificante con los dientes en la barbilla.
Nuestros besos se hicieron menos leves y más profundos, más exigentes. Tu lengua y la mía se entrelazaban y se soltaban y nos recorríamos la mandíbula, los hombros y el cuello. Me agarrabas de la nuca con una mano para hacer que echara la cabeza hacia atrás y empezaste a besar, lamer y morder mi cuello de esa manera que sabes que me hace jadear y que me enciende.
Mis manos encontraron tu espalda y tus hombros y te acaricié casi sin saber lo que hacía mientras tú seguías devorando mi cuello como si no hubiera nada más.
Tu mano libre subió a mis pechos y tu boca bajó hasta ellos. Tu otra mano, de repente demasiado alta, bajó a mi cintura y se enroscó allí para sujetarme. Y tus labios, tus dientes y tu lengua jugaban con mis pezones, yendo de uno a otro, y con la mano me apretabas el pecho hasta el límite en que placer y dolor se confunden.

martes, 17 de agosto de 2010

La noche es nuestra

Ya sé que publico los posts con mucho retraso (aunque hoy, con este, van tres), y que cuando digo ayer, u hoy, o mañana, ya pasó ese tiempo, pero es difícil de controlar, porque lo escribo todo en mi cuaderno, y cuando llega a la pantalla pueden haber pasado varios días. Este post no va a ser una excepción.

Esta noche sí que no voy a poder hacerte el amor, porque hay ropa tendida (evidentemente ya no es hoy). Hemos quedado para ver una peli, justo cuando salga de trabajar. Cuando llegue me daré una ducha en tu casa (que no me di). Luego nos sentaremos en el sofá, bien juntitos...

Así era como empezaba, pero eso fue el otro día. No vimos una, sino dos pelis, y te juro que deseaba hacerte el amor a cada segundo que pasé junto a ti. A las tres de la mañana ya convinimos en que era hora de irme, y me fui a la cuatro y media. No podemos evitarlo.


Misión: masaje erótico

El shiatsu es una técnica japonesa de masaje inspirada en la acupuntura. Hay ciertos puntos repartidos por todo el cuerpo que sirven para aliviarnos malestares, contracturas, e incluso algunas enfermedades. Se ideó, en su momento, para curar los efectos del combate, y por esa razón eran los mismos maestros en ciertas artes marciales, como el Aiki-do, los que instruían en su aplicación.

El shiatsu es un arte, pero no es hermético. Combinado con otras técnicas, puede dar todo tipo de frutos. Una de esas técnicas es el masaje tántrico, de origen hindú, donde la consecución del placer sexual es el máximo objetivo. Combinando ambas técnicas, los puntos acupunturales y la presión y deslizamiento de los chakras, se puede conceder mucho placer a quien recibe los masajes.

Yo conozco ambas técnicas, pero no soy un maestro en ninguna de ellas, ni siquiera experto. Sin embargo, la otra noche, después de muchos años sin practicarlas, las intenté contigo, con el único afán de despertar tu deseo de forma más intensa. Fracasé, pero el intento mereció mucho la pena, porque fue uno de los polvos en los que más he disfrutado.


Las cosas por su nombre

En los posts que he puesto hasta el momento, he tratado de no sonar grosero, obsceno y vulgar. El problema es que a veces asociamos cierto vocabulario a esos términos, y entonces tendemos a no utilizarlo.

Sin embargo, hace poco leí un post en el que la autora no escatimaba palabras a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Y lo cierto es que el texto tampoco resulta tan obsceno, ni siquiera vulgar. Tenía incluso una belleza en las descripciones que yo no sé si me hubiera atrevido a plasmar.

Yo, por ejemplo, no he pasado de llamar al pene cosas como verga o falo, pero ella le llamaba polla y otras cosas como si nada. Decía coño o coñito dentro del contexto, y nada de pechos, sino tetas, en toda su magnitud.

El texto era muy excitante, y hermoso a la vez, con una calidad literaria perfecta. Ciertamente, le tuve algo de envidia, al atreverse a decir las cosas así. Por lo que he pensado que voy a dejar de hacerme el interesante y remilgado, y a partir de ahora llamaré a las cosas por su nombre. Porque en realidad soy yo el que se lo cambia; si estoy pensando en coño, pues coño; pienso en polla, pues polla. Me voy a dejar ya de tonterías, que para eso tenemos los españoles esa riqueza lírica que nos caracteriza.

Si en sus tiempos Garcilaso y Lope no se cortaban, ¿por qué tengo que hacerlo yo ahora?

martes, 10 de agosto de 2010

Ganas de ti

Esto lo escribí hace días, pero tenía ganas de publicarlo. Esta noche estaré contigo, y ya se me hace pesado el tiempo hasta verte.

Quisiera no tener tantas ganas de ti, continuamente, pero las tengo. Te dije que quería mi espacio y me lo concediste, y sin embargo te busco, te echo de menos cuando no estoy contigo. Eres adictiva.

Tengo ganas de ti, al despertar cada mañana y no encontrarte a mi lado, cuando lo que quieren mis brazos es tenerte entre ellos. Pero abro los ojos y no estás.

Tengo ganas de ti, cuando voy a entrar en la ducha y desearía que estuvieras dentro, denuda, esperándome, para poder acariciar tu piel mojada, recorrerla con mis manos. Pero el agua cae solitaria, porque no estás ahí.


martes, 3 de agosto de 2010

Me faltas

Eres un hombre muy malo. Malísimo, que lo sepas. Y con la dosis exacta de perversión para resultar de mi gusto: ni mucha ni poca. Como la carne, en su punto. Para más señas, estás como un cañón y me derrito con tu sonrisa. Saber que te voy a ver me pone.
Y te quiero contar algo que me pasó la otra noche. Me acosté temprano, como siempre que tengo que trabajar, y pensaba en ti. Me acordaba de nuestra última vez juntos, a solas, y me encendí a una velocidad de vértigo. Si hubiera estado de pie me hubiera mareado como si llevara una borrachera.
Me masturbé pensando en ti. Me toqué, me pellizqué, me metí los dedos y conseguí un orgasmo... Y me supo a poco.
No estaba excitada, ya no, pero no bastaba.
No era ni remotamente parecido a estar contigo. Me faltabas tú, todo tú, con tu sonrisa, con tu toque de perversidad, con tus manos y tus besos. Me faltaban nuestros comentarios, nuestras risas...
El cigarrillo de después se quedó a medias, sin sabor, apagado de cualquier manera en el cenicero.
Me sentía vacía y me faltabas en ese trozo de cama que no ocupo.
Traté de pensar en cualquier otra cosa que no fueras tú (será porque no hay cosas en nuestras vidas que puedan ocupar nuestro pensamiento), pero no había manera. Te imaginaba durmiendo en tu cama y trataba de fundir las dos imágenes, la tuya y la mía, para imaginar que estábamos juntos, pero tampoco pude.
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